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Sin lienzo

¿Cuánto cuesta que llegue a casa un paquete de 16 pilas AAA si las pedimos a través de Amazon? En el caso de que no disfrutemos de nuestra suscripción a Amazon Prime, el precio es de 3,95€, pero si hemos optado por hacerle la competencia a Netflix, a la par que tenemos nuestros envíos gratuitos, el coste será de 0€. Que bien, ¿no?

Nosotros no lo vemos así.

¿Cuál es el coste real para que ese pequeño paquete de no más de 300g llegue a nuestra casa? Vamos a razonarlo.

  1. El paquete se produce en una fábrica que puede estar en cualquier parte del mundo.
  2. El producto se lleva al «centro de proceso» más cercano.
  3. Si el envío es en el mismo país, el paquete se llevará a centros localizados cerca del lugar de destino. En caso de ir a otro país, el paquete se llevará al «centro de proceso» del país destino, y se volverá a repetir este paso para llevarlo al centro localizado.
  4. Una vez en el centro localizado, el paquete se llevará mediante mensajería hasta la puerta de nuestras casas.

¿Vemos algún problema en esta cadena? A priori parece que todo funciona bien. Si la comparamos con la cadena de distribución que hace funcionar a un supermercado o un mercado local, es muy similar. El único punto que sobra es el último, ya que el paquete no acaba llegando a nuestra casa. ¿Es esa una diferencia sustancial?

Nosotros creemos que sí, y en la mayoría de los casos, los usuarios no nos damos cuenta de esa diferencia. Para entenderlo vamos a pensar en otro ejemplo: Nuestra lista de la compra. Querer economizar nuestro tiempo y nuestro dinero nos lleva a organizar nuestra lista de la compra. Pocas serán las veces en las que vayamos al supermercado a comprar un producto concreto de forma exclusiva. ¿Nos imaginamos yendo al supermercado parar comprar cada producto de nuestra lista de manera individualizada? ¿Cuántos viajes habremos dado?

Ahí reside la diferencia. Organización.

Ese paquete de 16 pilas AAA lo pedimos en el momento, porque de repente surge esa necesidad. No nos planteamos en ningún momento la posibilidad de esperarnos para pedir varios productos a la vez para tratar de que se hagan menos viajes a la puerta de nuestra casa. Lo necesitamos ya y lo queremos ahora.

¿Y si extrapolamos esto al resto de la población?

Cada vez más personas compran a través de Internet. ¡Ojo! No vayáis a confundiros, no estamos en contra de que se realicen compras a través de este medio, pero sí creemos que se está elevando su uso sin ser conscientes de lo que eso significa de cara al medio ambiente.

Inconscientes desde el confort de nuestro sofá

¿Qué tiene que ver todo lo de antes con nuestro campo? Te podrás estar preguntando. Lo que tienen en común es la pasividad de la sociedad. Notamos que cada vez más personas quieren vivir encerradas en sus viviendas, interactuando lo mínimo posible con los demás, y, en caso de tener que hacerlo, que sea para que nos den las cosas hechas. Queremos facilidades. Creemos disfrutar de la vida sentados desde los sofás de nuestro salón adorando al templo moderno del siglo pasado, esa caja tonta, que parece haber cambiado ahora la escala para convertirse en un templo de bolsillo en este siglo XXI. Un tema de lo más crítico que quizás sería interesante abordar otro martes.

¿Somos verdaderamente conscientes de lo que significa el querer facilidades en el mundo de la arquitectura? ¿Cómo afecta esta forma de enfrentarse a la realidad a nuestro medio?

Lo más evidente es que nos olvidamos de lo local y buscamos soluciones estándar. Parece que se nos ha olvidado lo que significa una estructura. Los materiales de los que puede estar hecha. Si ahora nos salimos de la dinámica de pórticos de acero u hormigón estaremos arriesgándonos a que nos pongan trabas, y no tratemos de hacer una estructura mediante muros de carga, que entonces ya vendrán el sismo y Cype a decirnos que no cumple la normativa. ¿Para qué complicarnos si podemos repetir la misma solución hasta la saciedad? Sin necesidad de adaptarse a las ofertas locales, necesidades, o ideas y coherencia con el proyecto. Pensamos que pedir un camión hormigonera nos va a resultar más barato que trabajar con los carpinteros locales. Y puede que sea así, pero en lo estrictamente económico.

¿Qué pasa con lo social? ¿Qué pasa con la huella de carbono? ¿Qué pasa con la coherencia?

Y ojo, que esa huella de carbono nos daría aún para otro martes. ¿Alguna vez nos hemos preguntado cual es el coste de encender un horno para producir cemento? ¿Y acero? ¿Y para su posterior transporte?

Aún podemos complicarnos más… ¿Y si empezamos a tener en cuenta también otros materiales? ¿Qué pasa con la huella de carbono que se genera al producir los tan usados aislantes térmicos? ¿Alguna vez nos hemos preguntado si por el hecho de que ahora vengan en palets con forros verdes ya son ecológicos?

Sin lienzo

Sin planeta para nuestras obras vamos a quedarnos si no comenzamos a ser conscientes de todos estos aspectos -y otros tantos de los que poco sabe este humilde servidor-. Si queremos evitar eso, basta con volver a disfrutar de la profesión.

La belleza reside en la complejidad. En el pensamiento. En el pararse con detenimiento para resolver con eficacia los problemas que tenemos ante nosotros. Deberíamos empezar a proyectar arquitecturas que trabajan teniendo estos criterios en cuenta. Pensar en las huellas de carbono que vamos a producir a la hora de escoger nuestros materiales, algo que en muchos casos está ligado a las distancias de las que vienen, a la par que a sus procesos de fabricación o posibilidades de reutilización -que no reciclaje-.

Busquemos la complejidad y acostumbrémonos a proyectar con ella. Solo convirtiendo esto en hábito de nuestra profesión conseguiremos revertir el terrible número que nos acompaña en cuanto a desechos por demoliciones o construcciones -44.926 toneladas registradas en el año 2008-.

En definitiva, la situación del Amazonas en la actualidad es una tragedia, podemos llorar, protestar, indignarnos. Pero debemos ser conscientes de que si queremos ser coherentes con ese pensamiento de protección sobre nuestro planeta, cada vez que no tratamos de convencer a un cliente de usar materiales locales, de negarle a un promotor optar por la solución fácil e inmediata, o de olvidarnos de lo que hacer con los desechos que producimos en un proyecto, estaremos cometiendo una negligencia.

¿Optamos por ser coherentes, por favor? Actuemos por voluntad, y no porque en poco tiempo va a ser el CTE el que nos obligue a hacerlo.

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