Esta semana nos hemos decidido a romper la dinámica con la que ha empezado el año y alejarnos del mundo de la Arquitectura -aunque sólo sea un palmo-, atendiendo a una figura que desapareció hace ya 15 años: Jorge Oteiza.
Un escultor, un arquitecto, un pintor, un poeta, cineasta… Muchos son los campos que Oteiza intentó abarcar, no solo movido por un afán autodidacta imparable, si no por un motivo aún más global: Dar una respuesta activa a la sociedad.
«El fin mismo del artista no es el objeto, o su obra, si no su propia educación, como un artista -y persona- dispuesta a actuar directamente sobre la sociedad» – Oteiza.
Nace en 1908, en el municipio de Orio -País Vasco-, trasladándose a Madrid para conseguir su título de Arquitecto en 1946, donde obtiene el premio al mejor expediente académico y la beca de la Real Academia de Artes de San Fernando para la continuación de sus estudios en EE.UU.. Tras su regreso a España tres años después, dirige la construcción de algunos poblados de absorción en un Madrid que comienza a sufrir los problemas debidos al éxodo rural. En este tiempo, también ejerce como profesor de Instalaciones y Proyectos -más tarde- en la escuela de Madrid, llegando a dirigir la misma entre 1981 y 1983.
A la par, la evolución de su obra abstracta, escultura principalmente, toma referencias en Gaugin, Picasso y Derain. Dichos artistas, entendidos como expresionistas o primitivistas, hacen una mella en Oteiza, quien comienza a desarrollar una visión naturalista y masiva, experimentada antes y durante su viaje por América.
Tras su vuelta, esta visión comienza a desmarcarse hacia la desmaterialización, lo cual, sumado a su gran interés por los avances científicos, lo lleva a definir su escultura en la siguiente afirmación: «La «trans-estatua es un artefacto fundamentalmente espacial y energético».
«El mito Oteiza»
A partir de los años 50, se ve inmerso en una etapa de experimentación abstracta, en la búsqueda del uso exhaustivo del vacío y el negativo. Esta etapa se desarrolla progresivamente, con ciertos saltos, hasta el final de sus días en todas las facetas de su vida, dando lugar al verdadero mito. Este es el momento en que funda su Laboratorio Experimental, el cual está reconocido por personalidades como Richard Serra como el precedente español del Minimalismo.
En 1950, Sáenz de Oiza recibe el encargo de la iglesia de Santa María de Aránzazu, mientras que su compañero Oteiza es el encargado de realizar una escultura que se situaría sobre el acceso, representando a los doce apóstoles. Dicha escultura, un reto dentro del desarrollo abstracto del escultor, fue prohibida por la Iglesia en 1952 y quedó varada en la carretera hasta 1981, supuestamente por su «carácter anti-religioso al mostrar las figuras de los apóstoles vacías y sin expresión».
Oteiza anuncia entonces, en 1959, su abandono inapelable del mundo de la escultura, y se lanza a una experiencia que resultó ser aún más frustrante. Se embarca en la publicación de ideas políticas teóricas, planteamientos sociales, propagandas audiovisuales y estéticas… Cada uno de estos proyectos resultó ser un fracaso, y algunos de ellos quedaron prohibidos por el estado.
De este modo, el anterior escultor se convierte en una figura mediática, que lanza su ira contra políticos y personalidades reconocidas intentando combatir injusticias y planteamientos equivocados. Esta figura acaba por eclipsar su brillante carrera como artista plástico, y ciertos círculos comienzan a darle la oportunidad de exponer sus obras, que comienza a retomar, como el Laboratorio de Tizas.
Oteiza muere en 2003, tras 20 años en los que ha recibido un prestigio internacional y nacional, y se han reconocido sus obras anteriormente sesgadas por la censura. Aún así, su pensamiento de artista revolucionario siempre se mantuvo, como un ser dispuesto a luchar por el bien de aquellos que le rodean, como un guerrero moderno, incansable; didáctico.
Fuentes: