Con trazos y estilo característicos de un neoclasicismo muy personal, Francisco de Goya plasma hacia 1800 sobre el lienzo el cuerpo de una joven, relajada y natural, sabida sensual y satisfecha. La identidad de la joven se disuelve junto con la historia de un cuadro que ha pasado a la historia no sólo por su calidad pictórica, si no por el atrevimiento en sus trazos: La maja desnuda.
Sin identidad confirmada, Goya retrató a esta joven a petición de Manuel Godoy (1767-1851), apodada inicialmente como La gitana, tan solo para el deleite personal del noble. Plasma a una muchacha en postura sugerente, una figura sutil, rompedora con los cánones de representación de la mujer, pero que se aproxima más a la representación sumisa de esta: La imagen de la mujer sugerida al hombre poderoso.
Sin embargo, la existencia del cuadro llegó a oídos de una gran número de nobles, y Godoy encargó un segundo cuadro: La maja vestida. La segunda obra mostraba a la misma mujer, salvo que esta vez se encontraba vestida con un largo vestido blanco, y su única función era superponerse al primero, para desvelarlo tan solo en ocasiones concretas por medio de un sistema de poleas.
«El coño» de Goya
Y es que el atrevimiento de La maja desnuda, más allá de mostrar la figura femenina más o menos idealizada, era la muestra pictórica de un elemento transgresor: El vello púbico. Hasta entonces, la mujer había mostrado su cuerpo en la pintura en situaciones incómodas, cohibidas y dramáticas, más cercanas a la «perfección» venusiana, neutra y asexual. Goya muestra a la mujer en un estado relajado, sensual y con el control de la situación. Se aleja de la exhibición directa, pero la intuición controlada genera el revuelo de las más altas clases.
La censura por bandera
Previamente, en la Italia del Barroco Tardío, Donato Creti, hijo de una pareja de pintores, hace una muestra de dibujo académico usando un modelo masculino, en una actitud torneada sobre un escenario clásico, ocultando el miembro viril en un gesto casi deshumanizante. El cuadro no produjo una reacción desmesurada: El desnudo masculino se atribuía a los grandes héroes griegos, a la lucha por conseguir la perfección, mostrando un cierto pudor al mostrar el miembro, ocultándolo o minimizándolo.
Sin embargo, Goya no es un caso aislado en lo que a la representación de coños, y sus dificultades adjudicadas, se refiere y, evidentemente, ni siquiera el más atrevido. Unos años más tarde, 1863, Édouard Manet, pintor francés, se embarca en la aventura de realizar una obra destinada a exponerse en el «Salón de los Rechazados» de 1863. La obra, titulada Olympia, causó un gran revuelo y fue tachada de vulgar, al mostrar un desnudo que no encajaba dentro de la cuadrícula mitológica de la sociedad parisina. La obra muestra a una mujer en una situación empoderada, ocultando sus genitales no por pudor, si no «porque el observador no ha pagado para verlos». Los tacones y adornos enfatizan una situación de fetiche y dominación que no sentaron bien a la crítica, intentando ocultar el cuadro que ahora se expone en el Museo de Orsay.
En una época similar, el artista francés Jacques Louis David acomete una labor similar a la de Creti, confluyendo con Goya y Manet en el uso del desnudo. La «Figura académica de un hombre» muestra el torso masculino, con la insunuación de sus genitales, de manera que igual que lo hacía Goya en la maja, o Manet en su Olympia, se insinúa la figura que se esconde: La aparición del vello púbico y la oportuna manta, juegan con lo oculto. Sin embargo, a diferencia de Olympia, la obra de David no se convirtió en una carta que pasó de mano en mano, ocultada por los salones nobles de París y en peligro constante de censura.
Simultáneamente, otro artista francés, Courbet, genera toda una serie de obras que analizan la figura del desnudo femenino, naturalizado y en posiciones cotidianas en muchos de los casos. Intrínsecamente polémica, la obra del Gustave Courbet lleva a la crítica al extremo en 1866 con El origen del mundo, un primer plano de los genitales femeninos con todo lujo de detalles que se mantuvo oculto de mano en mano y bajo lienzos de menor relevancia hasta 1981, quedando expuesto también en el Museo de Orsay.
El pintor y el cliente
No tenemos la intención de hacer un recorrido por las obras censuradas de la historia del arte, pero queremos lanzar una pregunta, con esta breve pincelada, ¿qué habría ocurrido si Goya hubiese sido una mujer? ¿Tendríamos ante nosotros «la misma Maja»? Seguramente no. Hemos recorrido una breve parte de la historia donde pintores -sí, en masculino- han dejado su visión clara acerca del cuerpo de la mujer; la sutil sumisión, la idea privilegiada de poseer… Y por supuesto la censura social, que tacha de inmoral la mera representación.
Tal vez no se trata de los coños representados en estas obras, ni aquellos que no llegaron a serlo, si no de aquellos que podrían estar sujetando el pincel y que nunca consiguieron salir a la luz, y por los que quizá – si no es demasiado tarde- deberíamos levantar la voz.
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