La presencia del proyecto en su propio contexto genera una relación de simbiosis que tan solo busca la supervivencia de ambos. Desde el mismo instante en el que el arquitecto plantea un proyecto que busca la esencia abstraída del contexto, usando su obra como catalizador, este contexto queda reflejado, no congelado, en un nuevo espacio que fluye y se mantiene vivo gracias a él.
El resultado de esta relación constante de intercambios es la transformación. En un constante movimiento, la arquitectura se convierte en superviviente, de cambios y variaciones que la obra ha de ser capaz de soportar y responder a ellos con buen tino.
Desde variaciones en cuanto a la función con la que inicialmente fue concebido, hasta los usuarios a los que estaba destinado; factores que el proyecto contuvo a la hora de nacer y que se transforman a la par de una sociedad en constante cambio.
Arquitecturas supervivientes. Arquitecturas (re)construidas que se encuentran en la línea entre lo vernacular y lo patrimonial al dar un servicio válido a una sociedad que requiere su función en un modo de vida absolutamente determinado y efímero.
La arquitectura que se mantiene viva es aquella que pierde su nombre al ponerse al servicio de la sociedad, al convertirse en parte de la ciudad y transformarse en la mente de aquellos habitantes que la viven, o en las manos de aquellos que, físicamente, la transforman.
Imagen: Castelvecchio, Verona – Carlo Scarpa.