Alejandro de la Sota en su estudio en la calle Bretón de los Herreros, Madrid.
Un arquitecto que convivía con su propio pensamiento, en un ambiente destino a pensar y a ser pensado, que influye, casi como un estado mental, más que un espacio, en la persona que lo habita, habitual o esporádicamente.
Con gestos que narran la pureza minimalista de Alejandro, este espacio era a la vez un fuerte y una avanzadilla. Siempre por medio de la sutileza que lo caracterizaba, el ambiente penetraba desde la mirada más pública al ambiente más íntimo entre los colegas que allí se dedicaban a producir un sueño, un gesto, o una sensación, hasta el detalle.