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Tipografía I: vivir en una ‘g’ de caja baja

Tipografía I: vivir en una ‘g’ de caja baja

Julio 2019.
Colaboración. Autor: Álvaro Chico.

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Esta entrada fue publicada en Patio de Sombras, nuestra primera etapa como blog que exploraba nuestra visión sobre Arquitectura y Arte. Si quieres saber más acerca de nuestro proyecto editorial reciente, visita la sección Sobre Nosotros o nuestra Tienda.
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Cuando el diseñador tipográfico John Kane comienza su manual de tipografía con la lapidaria frase «diseñar es resolver problemas», todos los arquitectos asienten cómplices.

Hay una cierta similitud intuida entre los procesos creativos del diseño tipográfico y del diseño arquitectónico. Unos modos de hacer similares cuando un tipógrafo y un arquitecto se sientan en su escritorio a diseñar una fuente o a componer una planta. Lo que nos puede llevar a pensar que la arquitectura y la tipografía tienen puntos en común más allá de los rótulos de los planos.

Es fácil entender, por ejemplo, una «estructura» en la letra. Entender que una ‘A’ de caja alta (mayúscula) tiene dos astas inclinadas y secantes en su punto más elevado y un asta horizontal que las cruza. Es algo homologable a la estructura arquitectónica, pues es lo que mantiene a la letra en pie.

Y luego está la piel. Su apariencia. Lo que vemos. Sus serifas, si las tiene, su huella caligráfica. Sus remates.

Y los pilares en una H, la ligadura en un puente colgante, la ventana de una A, el ápice en un rascacielos, los cimientos de una M, la panza en un auditorio…

Unos tipos que crearon unos tipos. O viceversa

Aunque hay algo de verdad en eso de que la tipografía nace con los tipos móviles que crea Gutemberg para su imprenta, podemos hablar del diseño de las letras remontándonos unos cuantos siglos atrás. Y la relación entre tipografía y arquitectura más directa nos lleva al mundo clásico, donde los edificios y monumentos cuentan con inscripciones talladas en la piedra. Incluso a veces, la tipografía es parte intrínseca de la arquitectura, pues algunos elementos arquitectónicos se creaban específicamente para que albergasen una inscripción.

Ya se puede hablar de diseño aquí. Un diseño primitivo, si se quiere. La fuente Trajana, precedente de un sinfín de diseños posteriores, nace de la inscripción tallada en la columna romana del mismo nombre. Un diseño prácticamente ligado a la naturaleza del material. Lo que después conoceríamos como serifas, elemento común a todas las fuentes denominadas romanas –por algo será– no es más que la evolución de un recurso de los artesanos que tallaban las letras en piedra: un golpe seco de cincel que marcaba los inicios y finales de los trazos, lo que ayudaba, entre otras cosas, a que no se quebrase la piedra.

Hay cosas curiosas, como que a día de hoy seamos capaces de reconocer todas las letras grabadas en los monumentos romanos, pero nos cueste una barbaridad reconocer alguna de las letras de, por ejemplo, la Biblia de Gutemberg, creada muchos siglos más cerca de nuestro tiempo. Eso es debido a que nuestras letras de caja alta (mayúsculas) están basadas directamente en las letras romanas. No así las de caja baja (minúsculas) que, aunque la diferencia entre ambas atiende exclusivamente a aspectos ortográficos, en origen eran dos alfabetos completamente distintos. Nuestras minúsculas provienen de un alfabeto carolingio, pero con un origen muy ecléctico.

Por no hablar de que hoy en día escribir un correo electrónico en mayúsculas puede significar una falta de respeto al receptor por el elevado tono de voz que representa.

Mirar con gafas de arquitecto

Todas las letras tienen una estructura. Cualquiera puede verlo. Pero la atención a los detalles, la mirada inquisitiva que se le supone a un arquitecto, le puede hacer acercarse a una letra de un modo nuevo. A una estructura que ve por primera vez.

Puede llegar a ver cosas asombrosas. Cosas como que una C es una letra inestable y desequilibrada, mientras que una G, aunque también inestable, tiene cierto equilibrio debido a un fuerte y representativo contrapeso.

O que la N en una fuente con serifa es una estructura isostática, ya que tiene una serifa en una de sus astas que la empotra al suelo, pero no en la otra, que se apoya en un solo punto.

N

O que la ‘cola’ de la R funciona como una muleta, y resuelve el problema de equilibrio que tiene la P.

Observaciones como esta, hacen al arquitecto salir de su zona de confort y sobrevivir en un país extranjero sin dejar de hablar su propio idioma. Solo hay que cambiar la escala. Rodearse de formas desconocidas. Perder la virginidad por segunda vez.

No hay una fórmula que funcione, hay forma y hay función

Los procesos creativos son imposibles de pautar. La cantidad de variables que intervienen, y la importancia de la arbitrariedad y elementos circunstanciales, convierten en una utopía eso de “aprende a ser arquitecto/tipógrafo en 5 pasos”.

Y eso es bueno, porque dota a estos dos campos de cierta exclusividad y, sobre todo, de mucha versatilidad. En cada momento, y sobre todo en cada lugar, un proyecto arquitectónico no requiere de los mismos elementos, las mismas dimensiones, los mismos acabados.

Del mismo modo, los tipos antiguos, y algunos de los actuales diseñados con mucho criterio, no responden a un patrón, a una modulación unitaria que desvirtúa sus proporciones, sino que cada una responde a sus propias formas y necesidades.

En arquitectura no pocas veces la función predomina sobre la forma. La forma acaba siendo residual, se subordina a que cada espacio cumpla una función, es “lo que queda”. En tipografía la forma ES la función. Un tipo es un símbolo. Tiene que comunicar. ¿Cómo? Con su forma, claro. Tiene que ser reconocible.

La arquitectura es definir espacios. Delimitarlos, iluminarlos, darlos acceso y aclimatarlos. Las herramientas de la arquitectura son muros, puertas y ventanas, pero es el resto lo verdaderamente importante. Lo que no son muros. Lo que queda dentro y lo que queda fuera. Una letra vale tanto por lo que es como por lo que encierra. Los espacios, el interletraje, los blancos internos…

Instrucciones para una casa perfecta

Al llegar quiero que sea la casa quien me reciba, que un pequeño alero me cobije y se cree un espacio de transición, en el que aún no estoy dentro, pero ya no estoy fuera.

Una estancia principal, recogida y acogedora, con un buen factor de forma. Es la zona donde vivir, recibir a las visitas y comer. La zona de día. Su forma ha de ser orgánica, que se adapte a mis necesidades, no impuesta.

Y que si necesita romper las normas y bajar allá donde las recatadas y obedientes de sus vecinas no bajan, lo haga con la elegancia que la ha de caracterizar. Por una escalera sinuosa que ya recorrerla sea una experiencia que quiera vivir cada día, desear con todas mis fuerzas descubrir esa planta inferior, más privada. Al cobijo de la tierra, donde el acondicionamiento ambiental es más favorable y la casa más eficiente. La luz entra cenital, desde un espacio intersticial entre las dos plantas que funciona, otra vez, como una transición entre dos mundos.

Y ya está, eso es todo lo que quiero, vivir en una g de caja baja.

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