Si la semana pasada hablábamos sobre la perpetua luminosidad de las ciudades que habitamos, esta semana queremos llevaros al extremo contrario, en una sociedad en constante penumbra, moviéndose bajo la tierra en un hormiguero humano de dimensiones estremecedoras.
Turquía ocupa una posición estratégica en el panorama histórico, una región que se encuentra entre Europa y Asia así como entre tres mares, y que ha sido una encrucijada histórica entre las culturas y civilizaciones orientales y occidentales. Como tal, ha sido cuna y objeto de deseo de grandes civilizaciones de la historia (Otomanos, Romanos, Bizantinos…) y por tanto, cruentas batallas se han desarrollado tras su frontera. Las poblaciones que la han habitado desde el siglo XVII a.C. han buscado las mejores formas de proteger sus ciudades y mantener su hegemonía.
En la provincia de Nevşehir (Anatolia central), aparece la ciudad de Derinkuyu, un asentamiento datado del siglo VII que nos da pie a introducirnos en un gran mundo inexplorado bajo nuestros pies: Pasadizos, hogares, salones cuadras, que componen un hormiguero horadado en roca volcánica. No se trata de un cúmulo de cuevas: Diez mil personas pudieron alojarse en un entramado subterráneo compuesto por hasta 20 niveles de profundidad, 60 metros, que termina por conectarse con las otras 36 ciudades de la región por medio de túneles de tres kilómetros de largo en el peor de los casos.
El suelo como mejor defensa
Los constantes ataques e invasiones a Capadocia hicieron que sus habitantes ideasen planes de escape que les permitiesen sobrevivir durante largas temporadas fuera de la vista de los enemigos, evitando ser daños colaterales en la defensa del territorio. Estas grandes infraestructuras subterráneas eran verdaderas ciudades enterradas para un funcionamiento a corto y medio plazo, donde no faltaba la decoración, los espacios para los animales domésticos, plazas, comercios, viviendas, centros de culto y calles. También acabaron por convertirse en un refugio cuando el clima no era lo suficientemente favorable, aprovechando la estabilidad térmica del suelo.
Derinkuyu y Kaymakli son las dos ciudades de este tipo más famosas, conectadas entre ellas por medio de una gran galería (ya sepultada), se encuentran bajo labor arqueológica desde los años 60, aunque existe documentación sobre ellas en funcionamiento gracias al historiador griego Jenofonte (431-354 a.C.), quien expresaba cómo familias completas y sus bestias, junto con los suministros necesarios se encontraban enterradas en este laberinto de cuevas artificiales que emergían mediante conductos de ventilación de hasta 6 metros de anchura para conseguir la habitabilidad de los espacios en largas temporadas.
Además, la defensa era el principal fuerte de las ciudades subterráneas, ya que los corredores emergían en raras ocasiones, controlando perfectamente la entrada de enemigos o indeseables y generando barreras por medio de grandes piedras deslizables que hacían las veces de portones y ocultaban la ciudad a la vista del mundo.
La labor de los equipos arqueológicos se volcó tras el descubrimiento de este entramado subterráneo, en un trabajo que dura ya casi 50 años y que aún sigue descubriendo niveles a mayor y mayor profundidad. Imaginar las situaciones vividas en sus pasadizos, las condiciones en las que habitaban y su día a día, vuelve a poner nuestros pies en las líneas de la vivienda mínima y límite humano.
[expand title=»Fuentes y más información»]
The undergorund city of Derinkuyu
Web oficial del distrito [/expand]