La vivienda es una necesidad humana que se remonta a los orígenes del ejercicio arquitectónico. Tener un techo es imprescindible, incluso queda reconocido –pero no garantizado– por la Constitución. ¿Podemos decir entonces que a partir de aquí lo demás es prescindible? La respuesta es no.

La vivienda necesita, más allá del derecho, un lugar. Un espacio físico sobre el que apoyarse, a partir del cual existir. Es por este motivo que un ejercicio acertado de arquitectura nace precisamente de la lectura de este lugar, que puede tener muchas aproximaciones. La más evidente es la física, pues tanto si se trata de una rehabilitación como de un edificio de nueva construcción el emplazamiento tiene unos condicionantes que no se pueden elidir: una estructura, la pendiente, los árboles o las vistas lejanas son inherentes al lugar y, por tanto, elementos del proyecto. La segunda es desde el imaginario cultural. El conjunto de vivencias particulares, construcciones sociales y trasfondos culturales establece una visión determinada del mundo que condiciona el desarrollo de un proyecto y el espacio que debe habitar. Se construye desde el lugar, con el lugar, y también con la memoria.