Esta semana queremos dedicársela a uno de los arquitectos españoles que más ha influido en la visión como algo unitario del urbanismo y la arquitectura: Manuel de Solà-Morales i Rubió. Con motivo del aniversario de su muerte, hace seis años, queremos rendirle homenaje rescatando uno de sus proyectos: Passeio Atlántico (Oporto). En este proyecto el arquitecto demuestra una sensibilidad con el lugar y sus necesidades sin igual, y lo más increíble es que nos enseña cómo una intervención a nivel urbana no tiene por qué resultar excesivamente cara o extravagante, solo debe responder a las necesidades e identidad del sitio.
Saciando a Oporto
El proyecto comienza en el año 2000, la ciudad se encuentra en pleno crecimiento gracias a las nuevas oleadas de turistas y busca crear nuevas áreas residenciales asociadas a la costa. El arquitecto se encuentra en un pequeño ámbito sin urbanizar y que colinda con el mayor parque urbano de Portugal. De este sale una pequeña lengua verde que acaba casi tocando el agua, pero la carretera se lo impide, silenciando así el diálogo entre el océano y el bosque.
Con este complejo contexto, el arquitecto entiende que si la ciudad va a crecer, lo mismo debe ocurrir con el paseo marítimo. Este elemento además se usará como nexo entre la zona urbanizada al norte y sur, cohesionando la ciudad y facilitando la relación de la misma. Además, entiende que este área de Oporto tiene tres naturalezas distintas: lo urbano, lo rural y lo costero. Manuel de Solà-Morales tratará de diluir los límites entre esos tres mundos, a la par que mantiene los rasgos característicos de cada uno de ellos.
Passeio Atlantico: Alimentando las raíces
Estudiando el proyecto desde el sur, nos encontramos con la preexistencia de un pequeño parque que servirá de base para parte de la propuesta. En esta zona, el arquitecto decide modernizar el espacio con gestos muy simples. Se trata de cambiar la escala del lugar, que puede entenderse como el de una llanura con vegetación, a espacios de escala mucho más íntima y personal. Para realizar ese cambio, Manuel de Solà-Morales simplemente deprime parte de las trazas existentes, y genera una pequeña barrera vegetal en los bordes de dichas depresiones, de este modo se genera una barrera visual que transforma estos espacios de techo abierto en lugares mucho más acotados e íntimos.
El antiguo parque se transforma en una pequeña red de senderos que nos guían a habitaciones que miran al cielo, tan azul como el océano que se esconde tras la barrera vegetal, pero que no desaparece, pues se escucha.
Passeio Atlantico: Construyendo con aire
Si bien Solà-Morales trabaja con la herencia recibida en el parque que se altera al sur, el arquitecto entiende que si la ciudad ha respetado el área verde bajo el gran parque de la ciudad, el no debe imponerse. En lugar de eso, interviene intensificando la naturaleza existente, que es lo característico, es lo que diferencia y da valor a la ciudad en ese punto. Para ello, modifica el trazado de la carretera, que ahora respeta la línea costera, y además se eleva sobre un puente. Ahora la antigua lengua verde podrá tocar una vez más al océano. El agua, junto con el nuevo paseo marítimo, son ahora parte de un complejo sistema de espacio público al volver a estar conectados con el gran parque de la ciudad, corazón de dicho sistema.
Pero el trabajo no termina ahí. Al norte, las nuevas viviendas necesitarán servicios, especialmente relacionados con el turismo que se espera. Aparece un contenedor de actividades hecho casi con aire, que no quiere entrometerse en la visión entre el verde y el azul. Aparece el edificio transparente, siendo esta la única edificación que se realiza en el proyecto.
El edificio transparente se materializa con una liviana estructura de hormigón que soporta fachadas realizadas mediante muros cortina que buscan ser totalmente transparentes. El edificio no quiere ser protagonista, que lo sea el paisaje y las actividades que dentro de él ocurrirán. El único elemento que destaca es el puente que lo une con la lengua verde, dando más protagonismo a la unión entre el agua y la vegetación, que al propio edificio.
Passeio Atlantico.
Finalmente, la columna vertebral del proyecto es el elemento que nunca se ausenta en las ciudades costeras que se han desarrollado: su paseo marítimo. Aparece como un itinerario que tendrá distintos ambientes, dependiendo del estado de la naturaleza en la que se posa. Así, se generan zonas más tranquilas, asociadas a pequeñas estancias desde las que podemos disfrutar de la brisa y de las vistas sentados, frente a otras más agresivas, que invitan a pararse momentáneamente para admirar la fuerza de las olas, y seguir caminando por el proyecto.
El camino no quiere ocultar el lugar, y por ello se realiza mediante pequeñas «viguetas» de madera que apoyan sobre una simple estructura de pórticos de hormigón -y puntualmente también vigas de acero-. La madera queda separada entre si, permitiendo ver la piedra natural -y algunas veces la artificial- que hay bajo el paseo. Estas viguetas quedan orientadas hacia el horizonte, como si quisieran indicarnos que lo importante es lo que allí ocurre a lo largo del día, especialmente al atardecer, cuando la madera observa al Sol esconderse.
En un último gesto de reconocimiento con el lugar, Solà-Morales acaba añadiendo una pequeña bifurcación en el paseo que no tiene salida. Nace para acercarse al océano, como si buscara el contacto con las agresivas olas. Cuando uno decide aventurarse a caminar hasta el final de dicha bifurcación, uno entiende que el paisaje es tan bello como peligroso, y por un momento se siente pequeño ante la inmensidad del agua.