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Arte para olvidar

Arte para olvidar

Abril 2020.

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Esta entrada fue publicada en Patio de Sombras, nuestra primera etapa como blog que exploraba nuestra visión sobre Arquitectura y Arte. Si quieres saber más acerca de nuestro proyecto editorial reciente, visita la sección Sobre Nosotros o nuestra Tienda.
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Tres eventos que se repiten cíclicamente tiñen de colores oscuros y de sentimientos de tristeza las obras de arte que ha producido la humanidad a lo largo del tiempo: Plagas, epidemias y guerras. Estos tres sucesos del apocalipsis, de naturaleza violenta, cruel, dolorosa, generan un tipo de arte en el que tratamos de desahogarnos en esa acción que es relatar lo sucedido.

En un momento de pandemia como el actual nos preguntamos, ¿cómo ha evolucionado ese arte? Ligado estrechamente a la sociedad de cada tiempo, estas piezas no solo nos hablan de las tragedias, también nos hablan de sus actores y sus actitudes.

Respondemos a esta pregunta de la mano de Nacho Ruíz, apoyándonos a través de su conferencia “La historia del arte desde la historia de las pandemias”.

Arte de los culpables

Comenzando este viaje en orden cronológico nos topamos con diferentes obras en las que aparece una representación de la humanidad como pecadora. Las muertes aparecen llevándose indistintamente a todos los allí presentes, sin distinguir entre clases sociales, riquezas, o edad. Ante el desconocimiento por el que ocurren estas catástrofes nos vemos obligados a pensar en estos sucesos como algo divino, siendo Dios quien nos castiga por nuestro mal hacer o falta de fe. Como ejemplo observamos la obra de Pieter Bruegel “El triunfo de la muerte” (1562-1563).

Una imagen con una muerte esquelética, cabalgando a lomos de un caballo muerto, putrefacto (1), y que obliga a la gente a entrar a un gran ataúd tardomedieval (2). Todo esto tiene lugar en lo que parece haber sido una gran fiesta sobre la que acaba llegando la tragedia, que como vemos no respeta a nadie. Ni a los reyes, con ese personaje que fallece mientras una de las muertes le muestra una clepsidra y otra amasa su fortuna, que de nada le protege (3). Ni a niños, siendo uno devorado por un perro hambriento, aún en brazos de su difunta madre (4). Ni el servicio, que queda preso bajo las redes de otras dos figuras esqueléticas (5). La muerte que no distingue de clase social, no respeta ni a ricos ni a pobres.

En el fondo del cuadro también aparece la guerra, un motivo asociado a las pestes, y que es avisada por unas campanas que repican (6). Un aviso superfluo, nadie puede vencer a las tropas de la muerte. Esta representación de la desgracia se realiza con todo lujo de detalles, tal y como el pintor estaba observando la guerra en esa época, en lugares como Flandes o el resto de Europa. Cadáveres sobre ruedas de carruajes a varios metros del suelo (7), para alejarlos de las personas y evitar así el contagio, cadáveres que poco a poco se amontonan, o queman, muchedumbres que intentan luchar o huir de ese fatídico destino…

Arte de la propaganda

Tras la ilustración, la sociedad comienza a distanciarse paulatinamente de la religión, el arte pasa de elemento predicador a elemento propagandístico. Si antes era el clero quien financiaba la mayor parte de las obras, ahora son los estados y los diferentes dirigentes quienes lo hacen, que no dudan en mostrarse sustituyendo en muchos casos a estas figuras divinas, como héroes, sanadores, o adalides del orden. En comparación con las obras anteriores vemos como las tragedias no son menos terribles, la historia de esta época nos deja representaciones donde aparecen nuevos actores, o escenas donde se retrata con más cercanía los eventos relatados. Entre las obras que Nacho selecciona en su conferencia escogemos “Gran Peste de Marsella” (1720) de Michel Apriete, y “Episodio de la fiebre Amarilla” (1871) de Juan Manuel Blanes.

Una representación donde aparece un nuevo actor, el poder. Este se retrata manteniendo la compostura y dignidad en un momento de horror y sufrimiento. Frente a los aglutinamientos de cadáveres (1), a las escenas en las que no se sabe cómo tratar a los enfermos, cadáveres que se lanzan desde las murallas, el poder aparece como un agente con la capacidad de estabilizar y dar orden en los tiempos de caos (2). Asimismo, las referencias a la iglesia no se olvidan en esta época siguiendo el binomio peste-relación con la divinidad, representando una ciudad donde está iluminada la iglesia (3).

Albores del siglo XX, nos separamos de esta representación divina. El autor nos muestra una terrible epidemia de fiebre amarilla donde se repiten esquemas de otros cuadros. Unos padres muertos (1) dejan un bebé que aún busca el calor de su madre (2) y un joven de mediana edad, que ahora se enfrenta solo al mundo (3). Para desgracia del mismo, este mundo mira con horror a los apestados (4), como si estos fueran los culpables de enfermar, apartándolos de la sociedad. Por último, y de una forma similar a la obra anterior, aparecen las autoridades, que mantienen la dignidad y estabilidad en el tiempo (5).

Arte del desahogo

Se produce un drástico salto entre la sociedad de finales del s.XIX y la de finales del s.XX. El arte ahora se vuelca al individuo y su percepción. Ya no se trata de consolidar el papel de un estado, o proclamar la miseria de la sociedad. En este nuevo brote artístico aparece la denuncia, reivindicando al individuo como paciente, dejando de lado ese sentimiento de culpa y exilio tan arraigado en los siglos anteriores. El arte se torna a lo personal y a las sensaciones, las obras cambian notablemente. Frente a las obras clásicas pictóricas, aparecen nuevos formatos que permiten otras formas de expresión con las que enriquecer la experiencia y el mensaje a contar, nuevas posibilidades con las que hacernos reflexionar o participar de la obra. Una obra muy representativa de esto es “Sin título (Retrato de Ross en L.A.)” (1991) de Félix González-Torres.

“Una pieza impresionante y sobrecogedora. Un retrato post mortem realizado con una montaña de caramelos de peso exacto a la pareja del autor, que falleció fruto de las complicaciones por el SIDA. En esta obra el visitante llegaba y podía coger caramelos de la misma, haciendo que esta pieza perdiera peso rápidamente, de manera similar a como lo perdió la persona retratada. Este proceso sigue hasta quedar la obra reducida a la nada. Sin embargo, este trabajo también dejaba ver un mensaje positivo, cada mañana el museo reponía los caramelos, haciendo que el retratado volviera a nacer, para volver a ser consumido. Se establecía un ciclo donde el retratado renacía cada día, como si el arte pudiera devolver a la vida.”

¿Arte de…?

Técnica, evolución y perspectiva; una forma de narrar la historia desde el punto de vista de cada artista, de cada generación. El resultado cuenta el testimonio de un superviviente que tan solo usa aquellos materiales que domina para plasmar su angustia y desesperación, y que esta trascienda y advierta a generaciones futuras. 


Treinta años después de que González-Torres edulcorase de ese modo la crudeza en la lacra de toda una generación, nosotros nos enfrentamos a nuestro propio cisne negro, a la enésima situación de armagedon, que admiramos desde ventanas y balcones. Desde este asiento en primera fila hacia nuestro fin del mundo particular tenemos la oportunidad de dejar nuestro testimonio, nuestro estrato en una historia que debe continuar, pero también debe aprender.

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