¿Habitamos ciudades que son un monumento a la prisa; un galardón al corredor desmesurado; un bullicio atronador que no permite la elección del recorrido, si no el seguimiento de la masa?
La vida en la ciudad se convierte en ocasiones concretas en una sucesión de cúmulos de habitantes que se enfrentan unos a otros en una conquista del espacio urbano casi bélica. Los ciudadanos discretamente (o no) luchan contra los que no mantienen el ritmo de la masa, los que rebeldemente responden a la muchedumbre con un grito de silencio.
¿Y es eso lo que la ciudad necesita? Un poco de «silencio y osciridad», que permita el anonimato del habitante, que invite a la reflexión y a los susurros.
La conquista de la vida nocturna gracias a la iluminación artificial extendió la actividad desde unas cuantas horas solares hasta casi veinticuatro, revolucionando la concepción de la calle ¿Acaso es hora de retirar nuestras lámparas y nuestras farolas y pararnos a observar las estrellas, en un alarido contra la sociedad del consumo, el ruido y la iluminación estridente?
0 comentarios en «Ciudades en la oscuridad (y silencio)»