Cuatro vigas, sobre lo eterno y lo sacro | Arquitecturas de la Tristeza
Julio 2019.
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Proyecto: 4 vigas. Tumba para mi padre.
Arquitecto: Solano Benítez.
Lugar: Piribebuy, Paraguay.
Año: 2000
Foto de portada: Arietta Attali
Como una ruina devorada por una naturaleza imparable, la obra de Solano Benítez emerge entre la vegetación en un espacio asilvestrado, un paisaje salvajemente paraguayo que tamiza la luz del sol dejándola depositarse lentamente sobre la geometría pura.
Cuatro vigas componen la obra del arquitecto paraguayo: Un cenotafio a su padre que conforma un cuadrado, una suerte de parcela restringida mediante cuatro vigas elevadas del suelo en medio de la naturaleza, que desde su perímetro exterior presenta la robustez brutalista del hormigón.
Cuatro espejos, al ingresar en este recinto, abierto en sus aristas, recubren la cara interior de las vigas. El reflejo del visitante, sucedido infinitamente, y acompañado por la selva; y por nada más.
Cuatro reflejos que recogen un universo, un lugar frágil y desnudo, alejado de la selva y del hogar, de la seguridad y de la inseguridad. Un espacio donde mirar de tú a tú a lo eterno y lo infinito, a la repetición y las consecuencias.
Cuatro, o dieciséis, o infinitas… En el momento en que el cenotafio decide acoger al visitante, sus actos se convierten en eternos, su presencia se funde con la selva, y deja de importar el número o el tiempo, tan solo queda el rito.
El intenso y sencillo gesto del arquitecto paraguayo Solano Benítez es difícilmente explicable mediante palabras. Una «anti-arquitectura«, como se ha llegado a bautizar, que se pierde como una roca fragmentada en el paisaje, pero que se eleva mediante alguna especie de magia esotérica, confirmada al ingresar.
La obra de Solano es una experiencia emocionantemente personal, una expresión de su relación con su padre, de una manera casi monumental, aunque también un ensayo construido sobre su propia teoría del universo y el infinito. Habla de memorias y recuerdos, a la par que de influencia, tiempo, repetición y, sobre todo, de aquello que es «sacro». En sus propias palabras:
Como herramienta nuestra civilización usa la repetición precisamente para hacer entender que lo que se repite, perdura.
Lo que se repite y perdura, es eterno.
Lo que se repite y perdura, y por ser eterno, es sagrado.Por eso es que nos llenamos de ceremonias y ritos que hacen que cada vez que los repetimos nos vinculemos con una idea de trascendencia.
Por eso comer milanesas los sábados en casa de mi madre, es sagrado.
Por eso ir a la cancha los domingos, es sagrado.
Por eso el sexo es sagrado, porque está hecho de repeticiones.Este es un lugar común donde un día cualquiera sale mi madre y mi sobrino a limpiar los espejos, como quien hace un acto ordinario
Solano Benítez, Conferencia Congreso «Lo Común» 2013 – Link