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Dejándolas entrar

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La Arquitectura nos sumerge en espacios acostumbrables, cómodos, pequeños mundos interiores y aislados que permiten que el usuario no solo sienta cierto confort o protección en su interior, sino que también lo sienta realmente propio y modificable.

Los micro-cosmos creados en uno o varios espacios se convierten en mundos complejos, tanto como nosotros mismos, al ser usados, exponiéndose a facetas y expresiones que tan solo surgen por ese verdadero uso, cargándolos de sentimiento y cualificándolos personalmente.

Sin embargo, estos espacios absorbentes (y que pueden terminar viéndose convertidos en una verdadera celda) beben, evidentemente, de un mundo exterior pleno y complejamente natural, pero modificado en su visión desde el interior. Como anunciaba el compañero Santiago de Molina hace unos días, ¿forman parte del espacio las nubes que se observan desde su ventanal? ¿Y la calle?

Esta reflexión, en conclusión, habla una vez más sobre el espacio, sobre su naturaleza en transformación de manera individual y personal, apegada a un mundo negado, cerrado, ignorado, abierto, exaltado… pero siempre presente, en un aura unificadora que cada individuo percibe de una manera, y que hace que mientras unos observan las nubes desde la cama, otros acaben dejándolas entrar.

Imagen e inspiración: Nimbus D’Aspremont, Berndnaut Smilde, 2012

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