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El arquitecto que no quería improvisar

Torre nakagin

Torre Nakagin – Kisho Kurokawa. Flexibilidad como concepto de partida

Nos lanzamos esta semana a reflexionar sobre la profesión, el ejercicio de la Arquitectura. El arquitecto se aventura más allá de una ideación meramente gráfica de una edificación, y no nos referimos tan solo a la extensión a otras disciplinas técnicas (estructuras, instalaciones…). Hablamos de una revisión global de la labor del arquitecto, donde la herramienta de trabajo común es el espacio.

La labor del arquitecto se dedica enteramente al espacio, a su cualificación y perfeccionamiento para acometer una determinada función, y acometido desde todos los puntos de vista posibles. La multidisciplinaridad necesaria para abordar una obra de arquitectura recae sobre ese espacio. Se trata de un ser vivo que se alimenta, se complica y gana valor al ser puesto en carga en todos los valores que deben caracterizarlo, desde su resolución técnica y funcional hasta el significado emocional en sus habitantes.

Sin embargo, esta vaga -aunque atractiva- expresión de la labor arquitectónica permite realizar una lectura diferente de la profesión. El arquitecto es ahora un narrador omnisciente que genera el escenario y la escena simultáneamente, cargando a los habitantes -como actores- con el peso de la función ¿Dónde queda la libertad del habitante? ¿Y si el arquitecto es un «escenógrafo entrometido»?¿Queda espacio para la flexibilidad?

Neue Nationalgaelerie

Neue Nationalgalerie – Mies van der Rohe

Pongamos los pies en el suelo…

La reflexión nos permite acercarnos a la radicalidad. El control excesivo de la actividad humana en la arquitectura sugiere la pérdida de flexibilidad, pero supone una adecuación a la función desarrollada, su optimización y un buen funcionamiento. La labor del arquitecto debe evitar sacrificar estos dos conceptos, entendiendo ese espacio como cualificado y vivo -adaptado pero cambiante- para permitir que sea un superviviente dentro de una sociedad implicitamente inestable.

El espacio que el arquitecto proyecta no existe sin el habitante, quien no aparece como un actor si no como un motivador a la función de este, por lo que el proyecto arquitectónico no es más que un contenedor de vida y espacio.

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