La habitación sin techo
Autor: Alejandro Pérez García
‘La habitación sin techo’ carece de forma definida y, al mismo tiempo, presenta todos los contornos posibles, porque ‘la habitación sin techo’ ha trascendido los límites de la geometría cartesiana. En sus muros, siempre blancos, lisos y de grosor indescifrable, no hay puertas ni ventanas, por lo que no son necesarias llaves, cerraduras, ni pomos. Su única abertura está arriba, a una altura difícilmente mesurable, allí justo donde las paredes tan altas como sólo la percepción humana puede concebir, parecen acariciar un cielo siempre cambiante.
El suelo de ‘la habitación sin techo’ es de tierra prensada, y se hunde levemente cuando unos pies descalzos lo transitan. Por las mañanas, pequeñas gotas de rocío se condensan entre los brotes de vegetación rastrera y salvaje que, con el transcurrir de los días, empiezan a colonizar su superficie. Las briznas de hierba mojada parecen susurrar confidencias a la piel del solitario habitante que, al deambular en paseos azarosos y sin rumbo fijo, imprime sobre el verde manto la huella oculta de su destino. Los paramentos, por su parte, no son ajenos al paso de los días y van mutando de color, del más prístino de los blancos a tonos más cenicientos, cuando las inclemencias y rigores impuestos por el suceder de las estaciones atacan su sólida anatomía.
En su interior reverberan músicas aprendidas de todas las épocas, presentes, pasadas y por llegar, que terminan por generar una eterna melodía en perpetuo cambio. Los sonidos lejanos de la multitud anónima se unen, en sus rincones, a viejas voces conocidas y a canciones futuras que aún no han sido compuestas y que, quizá, lamentablemente nunca lleguen serlo.
Situado en el centro de ‘la habitación sin techo’ se mantiene encendido un fuego que jamás habrá de extinguirse, una llama incandescente, siempre viva y poderosa que, en ocasiones, si no es cariñosamente cuidada, con el avanzar del tiempo se volverá demasiado frágil y quebradiza. El habitante, consciente de que su destino está inevitablemente ligado al de la hoguera que lo alimenta, vela por ella en todo momento, recibiendo el crepitar de sus ascuas como la más sincera de las risas.
De ubicación indescifrable, ‘la habitación sin techo’ es un lugar para evadirse, para estimular sensorialmente cuerpo y alma. Es un ámbito dedicado a la más honesta de las introspecciones, un entorno en el que enfrentarse, en soledad, al más inclemente de los interlocutores, el propio yo. No se trata, por tanto, de un espacio de convivencia, sino que la llegada de un nuevo usuario supone, irremediablemente, la despedida del precedente.
Es, en suma, un hogar heredado, del que uno no se puede apropiar sino es porque le ha sido voluntaria y libremente entregado.
‘La habitación sin techo’ en otoño huele a penumbra, en verano sabe a sal y en invierno a madera; en primavera, sin embargo, cuando la floración imprime tonos saturados a su atmósfera, se torna inevitablemente erótica y la desnudez se hace necesaria e ineludible.
De naturaleza onírica, por las noches alcanza todo su esplendor. Justo cuando la oscuridad todo lo abarca y la mirada se pierde más allá del horizonte, sus límites se antojan cambiantes y difusos e, incluso, parecen llegar a diluirse por completo. Ante la atenta presencia de la Luna, el habitante se siente entonces libre, y ya sin fronteras ni impedimentos, sin vergüenza, rubor ni timidez, se hace uno con ‘la habitación sin techo’ y se funde con ella en un abrazo eterno que habrá de llevarlo hasta más allá de los límites del tiempo y la razón.
‘La habitación sin techo’ es silente, es calmada y es tranquila. Entre sus muros no hay lugar para el estrés, los gritos ni la violencia. ‘La habitación sin techo’ es arquitectura para la paz y la felicidad, para el autoconocimiento y la aceptación. Es motor de cambio y transformación, es evolución.
Es un espacio tan real como figurado, tan concreto como imaginado. ‘La habitación sin techo’ es la más pura y maravillosa de las moradas concebibles, porque, pese a su sencillez, está construida con las dos caras del más elevado de los materiales: la Luz y el Tiempo.
Es ficción y realidad a la vez, porque se construye mediante indeterminaciones que se concatenan sin más criterio que el de la propia intuición y la experiencia. Carece de certezas absolutas, de garantías y de afirmaciones categóricas. En ella todo parece posible y, al mismo tiempo, se antoja absolutamente irrealizable.
‘La habitación sin techo’ es todo y nada al unísono.
‘La habitación sin techo’ es, en definitiva, un hombre o una mujer sentados frente a una hoja en blanco sosteniendo un lápiz en la mano.
Es pensar, idear, imaginar y soñar.
‘La habitación sin techo’ es crear.
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