Los lugares en ruina, abandonados a su suerte en el tiempo, parecen sufrir un efecto imán. De un modo casi romántico, termina por emocionar de una forma u otra a cualquiera que se aventure en su entorno, desapaciblemente inhóspito.
¿Que tiene la ruina? ¿Qué convierte un espacio tradicional en una atracción para los sentidos, que evita que nos separemos de ella? Tal vez sea el desvanecimiento, la desaparición de lo efímero, como un cuerpo casi desprovisto de sus vestiduras.
Sin embargo, el espacio abandonado, sin una función ni uso, acaba por deshacerse de lo que realmente no necesita: De su cobertura, pues ya no tiene qué cubrir; de sus cerramiento, pues no tiene qué cerrar; o de aquello que lo ornamento, sin nadie a quien impresionar. El espacio se mantiene erguido, demostrando su existencia en el tiempo, hasta desaparecer, impasible.
Es esa desaparición, ese proceso, el que capta nuestros sentidos y nos desespera... como un reflejo.