Corría la década de 1960 cuando Henryk Stażewski, pintor Polaco, descubre una nueva dimensión que añadir a un lienzo. El artista comienza a usar el volumen como parte de su obra, trabajando con el relieve que aportan diferentes materiales sobre el cuadro. Lo innovador de la técnica venía acompañado por los nuevos materiales del momento, estos volúmenes aparecían con madera, cobre, aluminio, pero también con otros novedosos elementos, como el plexiglás. A esta experimentación artística le acompañaría el uso de la pintura fluorescente o el uso del neón. Experimentación artística que tiene un denominador común: Tensión.
En la obra de Henryk existe un cosmos ordenado que, por la relación existente entre las distintas piezas, genera un movimiento, una tensión. Este gesto rompe el orden básico, se crean zonas de mayor peso en las obras, acción que lleva a nuestra mirada a deambular por la pieza mientras trata de entender las relaciones existentes.
Estas relaciones, investigadas primero mediante la monocromía, continúan su camino hacia vínculos más complejos gracias al uso del color. Las relaciones llegan a su momento de máxima complejidad cuando aparece la tridimensionalidad sobre lo pictórico. Volumen que genera sombras proyectadas sobre el lienzo. El tiempo pasa a formar parte de la obra, pudiendo apreciar el recorrido de la misma a través del cuadro. Las tensiones se agravan con la proyección que dejan los sutiles volúmenes, haciendo que este movimiento se convierta en algo palpable a la vez que cambiante. Por último, se reconoce hasta cierto carácter escenográfico en estas obras, donde aparecen dos planos, quedando siempre el primer plano como un protagonista sobre el lienzo, a veces blanco.
Producción como obsesión
El arte de Henryk se convierte en una experimentación sistemática, una vez descubre este camino, continúa trabajando sobre el mismo como si se tratara de una obsesión. Sus obras se diferencian gracias a los matices que ofrece el uso de gamas cerradas o abiertas de color, la variedad de las formas a usar o la posición en la que se sitúan las mismas en el lienzo. Si revisamos su obra, puede recordarnos a la interminable cantidad de maquetas o formatos que aparecen en la experimentación creativa cuando se «produce» arquitectura. Su estudio bien podría ser un taller en el que cada pieza se estudia milimétricamente para entender cómo funcionan las relaciones entre elementos, y qué significa eso en el espacio.
Recorrer su obra supone una lección sobre elementos de tanta importancia como las relaciones entre fondo-forma, contenido-continente, perímetro-área, tangencias, matrices o tramas, elementos que usados con precisión generan esa tensión que no nos deja indiferentes.
El gran legado pictórico del artista deja huella en la cultura internacional, siendo uno de los principales vanguardistas del Constructivismo, a la par que transciende como uno de los creadores del movimiento artístico que promueve el Arte Geométrico.
En la actualidad, y releyendo su obra desde el punto de vista de la arquitectura, nos ha dejado una interesante obra en la que aprender a usar herramientas simples compositivas para trabajar. Desde la interpretación de estas obras de Henryk usadas como maquetas, a aprender a dominar las tensiones que genera el orden de las diferentes formas o el color en el espacio. Una experimentación que llega a nosotros y aún rezuma contemporaneidad, negando así que, a pesar de estar cerca de cumplir el siglo, quede marcada como obsoleta.