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El curioso arte de destrozar arte

El curioso
arte
de destrozar arte

La semana que viene cumple 40 años una de las fotografías más icónicas del rock&roll de todos los tiempos. Paul Simonon explotaba, bajo en mano, ante un concierto reprimido y fallido, dando salida a la rabia que caracterizaba a The Clash estrellando el instrumento contra el suelo. En una captura histórica, la fotógrafa Pennie Smith tomó la instantánea que el líder del grupo, Joe Strummer, bien sabía que comprendía el espíritu del grupo y decidió presentar como portada del próximo disco: London Calling. Cuando Simonon estrelló su bajo contra el suelo no estaba usando ningún lenguaje que pudiese presentarse en una partitura, y sin embargo hablaba de música; de la música de The Clash que había sido «podada» al obligar al público a permanecer en sus butacas en el Palladium aquel 21 de septiembre.

Tal vez, en ciertas ocasiones el arte es demasiado escaso para el ser humano, sobrepasa sus propias barreras físicas y emocionales, y se convierte tan sólo en un amasijo, en rabia. En esas ocasiones, el resultado es un estallido descontrolado, sin medios ni lenguajes, tan solo es el curioso arte de destrozar arte, que permite que el arte vuele más allá de lo material.

Tal vez de este tipo de arte es sobre el que hablaba el anónimo mas archiconocido, Bansky, cuando trituró una de sus obras más famosas mientras estaba siendo subastada: Era el final de la obra, el final de su arte, y el momento en que trasgredía su propio medio.

O tal vez Glenn Gould sentía que en The Goldberg Viariations, destripando su música, conseguía reanimar a un Bach atrapado dentro de sus propios límites, dentro de una rígida partitura que había quedado congelada en el tiempo. Alterando el tempo y el ritmo de las partituras originales, Gould se pierde en el universo de Bach, reescribiendo su música y de algún modo, encontrándose con el maestro de frente.

Y ante «Las Meninas», Pablo Picasso tuvo que rasgar el lienzo, tuvo que reinterpretar cada trazo para conseguir entender lo que Velázquez había perdido con el tiempo, y dejado oculto tras capas de óleo. En una serie de 56 cuadros, arranca las cortinas y abre los ventanales, permitiendo que la luz entre en una escena cegada por 400 años, y dejando a los personajes vitalmente desnudos: Han sido descubiertos en su postura oculta; Velazquez se eleva entre figuras geométricas, las meninas quedan desfiguradas, en pos de resaltar la belleza de la infanta…

Una vez traspasados estos límites, poco queda del cosquilleo original y comienza a tornarse en la «locura del artista«, en la búsqueda de un arte universal que se escribe a golpes y desestructuraciones, sin un ritmo ni un soporte fijo, pero sí un mensaje y una rabia inextinguible. Tal vez, fue este mensaje y esta rabia la que hizo que Joe Strummer cruzara Europa para buscar a un poeta fusilado y terminara enamorándose de la Alhambra.

Cabecera:
Paul Simonon (The Clash) destroza su bajo en el Palladium de Nueva York el 21 de septiembre de 1979, fotografía de Pennie Smith.

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