...De cuyo nombre
no quiero acordarme...
Málaga. Pasan las once de la noche del 25 de octubre de 1881. Doña María da a luz a un varón. Muerto, creen, pues no se mueve ni respira. El tío de la criatura, allí presente, de profesión médico y de profético nombre Salvador, expele una bocanada de humo de su puro sobre la boca del recién nacido y el chiquillo rompe a llorar. De nombre le pusieron, cojan aire, Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad. Algunos autores añaden a la retahíla Mártir Patricio Clito, por si no eran suficientes. Les dio igual, nadie le recuerda por ninguno de ellos. Ni siquiera por el apellido de su padre, Ruiz. La historia le conoce por el de su madre, doña María, que sus antepasados trajeron de Italia: Picasso.
Es evidente que el célebre pintor malagueño es el indiscutible ganador de una competición con honrosos finalistas, como Diego Rivera (Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao) o Dalí (Salvador Domingo Felipe Jacinto). Pero, ¿qué ocurre con los pintores y los nombres eternos? ¿Hay alguna correlación entre número de nombres y calidad pictórica? Todo podría apuntar a que sí, pues el nombre completo de Antonio López es: Antonio. Pero, ¿es realmente esto así? Y, más importante, ¿es necesario un nombre con chispa para triunfar?
Grandes decisiones
Cuando uno tiene la intención de dejar su nombre escrito en la historia, es importante saber si quieres que te llamen por el nombre, por el apellido, segundo nombre, iniciales, seudónimo, apodo… Hay quién duda: “Mi nombre es Bond, James Bond”. Quién duda mucho: Prince, el artista antes conocido como Prince, Su Majestad Púrpura… Quién duda mal: Tamara, Ámbar, Yurena. Pero al final, quién más, quién menos, todos echan una tarde en pensar si quieren ser Homer Simpson, o Max Power. Porque si te descuidas, la historia elige por ti.
Puede pasar que tengas dónde elegir, de entre varios (demasiados) nombres de pila. Hay quién se queda con su primer nombre, como Camille Anastacia Kendall Maria Nicola Claudel, o quién se queda con el último, como Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón.
O puede pasar que no tengas elección, pues la sociedad decidió que mujeres, como Mary Wollstonecraft Godwin o Agatha Marie Clarisa Miller, pasaran a la historia con los apellidos de sus maridos, Shelley y Christie, respectivamente.
Dime de dónde eres y te diré cómo te llamo
Hay quién varía ligeramente su nombre para adaptarlo a un nuevo país, como hicieron Andrej Warhola o Marcus Rothkowitz. Siempre y cuando el país adoptivo no sea España, porque aquí, te puede pasar de todo. Desde que españolicen tu apellido, y dejes de ser Hyeronymus Bosch para convertirte en El Bosco, a que sea tu nacionalidad la que te nombre, que fue lo que le pasó a Domenikos Theotokópoulos, El Greco.
Y no es solo algo exclusivo de los artistas: en 1808 a José Napoleón Bonaparte, a la sazón rey de España, le bautizaron con el castizo nombre de Pepe Botella. Nunca hubo peor apodo para un abstemio. Pero es que el humor siempre nos pudo. Si no, que le pregunten al bueno de Leopoldo Estéfano Carlos Antonio Gustavo Eduardo Tásilo de Hohenzollem-Sigmaringen, uno de los tres o cuatro serios candidatos al trono de España tras Isabel II, y que acabó ocupando Amadeo de Saboya. Y es que ante la imposibilidad de que los españoles pronunciasen el apellido de Hohenzollem-Sigmaringen (inténtenlo), acabaron llamándole Olé olé si me eligen.
Más conocido como...
Hay quién tiene la opción de elegir el nombre con el que pasar a la historia, como Vladimir Ilich Uliánov o Iosif Vissarionovich Dzhugashvili, a quienes conocemos por sus nombres de guerra, Lenin (en honor al río Lena) y Stalin (que añadió a la palabra “acero” en ruso el sufijo de su predecesor, Lenin).
Y es que quienes eligen su propio nombre, lo hacen por multitud de razones. Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida decide, al igual que su padre y varios miembros de su familia, adoptar el apellido flamenco de sus antepasados, Bécquer. También Charles Edouard Jeanneret quiso honrar el apellido de su abuela, modificándolo ligeramente para que sonase a “cuervo” en francés, así Lecorbésier se convirtió en Le Corbusier.
Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto no quería que su padre, ferroviario, se avergonzase de tener un hijo poeta, por lo que empezó a firmar sus textos como Pablo Neruda. Algo parecido le pasó a Eric Arthur Blair, que para que sus padres no le relacionaran con algunas de sus publicaciones, juntó el nombre del patrón de Inglaterra con el de un emblemático río inglés y pasó a ser conocido como George Orwell.
El también escritor Samuel Langhorne Clemens adoptó como seudónimo una expresión de su anterior trabajo como piloto de barcos fluviales que significaba algo así como “marca dos”, motivo por el que algunas de las mejores aventuras literarias están firmadas por Mark Twain.
Aunque, puestos a elegir, si te llamas José Victoriano González Pérez y quieres ser pintor, todos estaremos de acuerdo en que Juan Gris es un gran seudónimo.
También puede ocurrir que tú te empeñes en elegir un nombre con el que pasar a la posteridad, como Richard Bachman, y todos te acaben conociendo (gracias a Dios) por el que te dieron tus padres, Stephen King.
¿Qué sería tu nombre sin ti?
La única conclusión a la que podemos llegar es que hay grandes nombres, originales, con gancho, maravillosos, que nunca pasaron a la historia, pues quienes los poseían no hicieron nada para ello; y grandes hombres y mujeres dignos merecedores de una página en el relato de la humanidad, y que llevan con orgullo el nombre que podría llevar tu vecino del quinto. Porque, en palabras del poeta Ángel González (un nombre tan válido como cualquiera para ser un gran poeta), “¿Qué sería tu nombre sin ti? Igual que la palabra rosa sin la rosa: un ruido incomprensible, torpe, hueco”.
Así que ya saben, mantengan su nombre, modifíquenlo, cámbienlo, invéntense uno… hagan lo que quieran, pero se llamen como se llamen, hagan lo posible por entrar en la historia.
Y si no les han gustado estas líneas, o son admiradores de Antonio López, recuerden que mi nombre es Redactor nº 3 de Patio de Sombras.