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De eso se encargaba mi marido

Aprovechando que el próximo año el Museo Nacional del Prado cumple 200 años, y aventurando todo lo que nos tiene preparado para la ocasión, sacamos a la palestra una dolorosa realidad: la bicentenaria institución expone en sus salas unas 1300 pinturas de las que solo 7 han sido ejecutadas por mujeres. Si sumamos sus almacenes a las salas del museo el panorama no es mucho más reconfortante: más de 27500 objetos artísticos y 57 creados por mujeres. Para que no haya confusión, repito: cincuenta y siete de más de veintisiete mil quinientos.

La historia la pintan los vencedores

Las siete pinturas que podemos ver a día de hoy en el Prado pertenecen a dos artistas: la pintora flamenca barroca Clara Peeters y la renacentista italiana Sofonisba Anguissola. Esta última fue una pintora absolutamente respetada y reconocida tanto por el público como por sus colegas de profesión. Alabada por Miguel Ángel y mencionada por Vasari en sus escritos, llegó a ser pintora de la corte de Felipe II en España. Pero nada de esto fue fácil. Especialmente si tenemos en cuenta que en aquellos años no depender económicamente de un hombre siendo mujer, socialmente, no estaba bien visto. Por este motivo Sofonisba llegó a la corte como dama de la reina. Debido a ese cargo, podía vivir en la corte y pintar, pero no se le permitía firmar sus cuadros, ni mucho menos cobrar por ellos.

Fue sometida bajo la tutela del pintor Sánchez Coello, a quien durante años se le atribuyó el más famoso retrato de Felipe II que podemos encontrar en el Prado. Tuvieron que pasar muchos años para que se demostrase -y todo el mundo asumiese- que este lienzo fue pintado por Sofonisba Anguissola en 1565. Hoy ya nadie lo duda, y es una de las siete pinturas atribuidas a mujeres que cuelgan de las paredes del Prado.

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Autorretrato de Sofonisba Anguissola, Lancut, Polonia – Fte: Wikipedia

Ya en su madurez consiguió tener su propio taller y ser independiente, no sin dificultades. Multitud de artistas acudieron a ella buscando consejo, entre los que figura un tal Anton Van Dyck. Sin embargo, a diferencia de este, con la muerte de Sofonisba llegó también el olvido. Durante años la práctica totalidad de sus cuadros fueron atribuidos a hombres, a algunos de los mejores pintores de la época. «La dama del armiño» es un lienzo del que aún a día de hoy no se está seguro de su autoría. Algunos historiadores lo atribuyen a Sofonisba Anguissola. Otros, al Greco, para que entendamos el nivel del que hablamos.

Y como este ejemplo se esconden entre los pliegues de la historia cientos. Puede que miles. Condenados a no existir, ni en el presente, ni en ningún pasado conocido. Nombres de mujeres con talentos arrolladores ocultos bajo los de su padre, hermano o marido. Y a las que quisieron dejar su nombre, alguien se lo borró, como alguien borró de los libros de historia a Maruja Mallo. ¿No te suena? ¿Y Dalí? ¿Lorca? ¿Alberti?

A la sombra de…

Y no es un problema del pasado. En 2016, la japonesa Fumiko Negishi apareció en los periódicos al demandar al artista pop valenciano Antonio de Felipe para que admitiese que ella era la autora de más de 200 obras firmadas por él. Fumiko era oficialmente una trabajadora del taller del valenciano, pero según ella, creaba los cuadros desde cero, basándose en una idea de él, a lo sumo.

Tampoco es un problema de simple autoría. Lo sangrante es el modo en que la historia ha tratado a las mujeres por el hecho de serlo. Solo tres mujeres cuentan en la actualidad con un premio Pritzker de arquitectura. Premio que empezó a otorgarse en 1979 y que han recibido 3 mujeres de 45 premiados. En 1991 Denise Scott Brown no recibió el Pritzker, pero sí su marido y socio, el recientemente fallecido Robert Venturi, a pesar de que todos los planos y proyectos estaban firmados por los dos. ¿Cómo supo ver el jurado quién de los dos era el bueno? A menos, claro, que no mirasen los planos, y sí las braguetas.

En los años 60, Margaret Keane desarrolló una serie de pinturas particularmente hermosas y originales. Pero al igual que pasaba en casa de alguna infanta, de lo de firmar, se encargaba su marido. Y es que Walter Keane convenció a su mujer de que si él firmaba los cuadros que ella pintaba, ganarían más dinero por ellos. Los datos y la historia, tristemente, le darían la razón. Margaret estuvo toda su vida a la sombra de su marido, encerrada en casa pintando durante 16 horas al día, mientras Walter conseguía fama, reconocimiento, dinero y, ya de paso, algunos escarceos amorosos aprovechando lo atareada que estaba su mujer proporcionándole todo lo anterior.

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Algunas obras de Margaret Keane – Fte: Flickr

Ella se cansó, denunció la farsa, se divorciaron y, en el juicio, les obligaron a demostrar sus capacidades artísticas para resolver la duda de la autoría. Margaret pintó una obra de arte en menos de una hora. Walter se negó a hacerlo. Hoy ya nadie duda de la autoría de las obras de Margaret.

Pero no todas las historias tienen un final feliz. Camille Claudel es, posiblemente, una de las mejores escultoras que ha dado la historia del arte. Muchas de sus obras fueron atribuidas a su maestro y amante, Auguste Rodin, pues no se creían que una mujer pudiese hacer aquello. Camille acabó sus días en un centro psiquiátrico a pesar de estar completamente cuerda. Los restos de su cuerpo desaparecieron tras unas obras en el cementerio en el que se encontraban antes de que su hermano los rescatase. A diferencia de su cadáver, muchas de sus obras permanecen aún al lado de las de Rodin, mirándose de tú a tú, desafiando al talento con talento.

Nombre de varón, letra de mujer

Y no solo en las artes plásticas se necesita, además de habilidad, un nombre masculino. Charlotte Brontë publicó la novela «Jane Eyre» bajo el nombre de Currer Bell. Su hermana Emily, «Cumbres Borrascosas» como Ellis Bell, e incluso la tercera hermana Brontë, Anne, firmó varias de sus obras como el tercer hermano Bell, de nombre Acton.

El precio a pagar, sin embargo, ha sido enorme: cientos de nombres de autoras condenados al olvido. Nombres que hoy podrían haber sido referentes de tantas y tantos. Referentes femeninos tan necesarios, no solo como espejo en el que mirarse, sino también como argumento de peso en una educación de tantas generaciones a las que demostrar que el talento no depende de cromosomas.

Joanne Rowling ya publicó algún escrito bajo el pseudónimo masculino «Robert Galbraith», pero cuando decidió publicar su primera novela quiso hacerlo con su nombre real. Sus editores le recomendaron que no lo hiciera, ya que los lectores (pensaban ellos) no querrían leer una novela escrita por una mujer. Incomprensiblemente, era 1997 y «Harry Potter y la piedra filosofal» fue publicada bajo la autoría de J. K. Rowling, manteniendo una ambigüedad sobre el género de quien lo escribió, pues en ningún sitio aparecía el nombre completo de la aún desconocida autora. Y todo ello a pesar de que Joanne no tiene un segundo nombre que diese sentido a esa K. «Jota Ka» se convirtió en otro pseudónimo más que encubría una verdad que aún hoy parece que asusta a muchos: las mujeres son creativas, y tienen talento.

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La edad madura, obra de Camille Claudel, museo de Orsay – Fte: Wikipedia

Anónimo fue una mujer

Hay muchas dudas y pocas certezas sobre el sexo de los auténticos autores de una infinidad de obras de arte. Fue Virginia Woolf quien dijo que ese «Anónimo» que firmó tantos poemas debió de ser una mujer. Es muy probable. Pero, además, es fácil suponer que muchas mujeres firmaban sus obras con pseudónimos masculinos, o que permitían que sus maridos firmasen sus obras en lugar de ellas. Es fácil también entender por qué. El reconocimiento y el dinero llegaban en mayores cantidades de este modo. El precio a pagar, sin embargo, ha sido enorme: cientos de nombres de autoras condenados al olvido. Nombres que hoy podrían haber sido referentes de tantas y tantos. Referentes femeninos tan necesarios, no solo como espejo en el que mirarse, sino también como argumento de peso en una educación de tantas generaciones a las que demostrar que el talento no depende de cromosomas.

Reflexionemos, dudemos, y volvamos al principio. Si acuden al Museo del Prado próximamente a celebrar su ducentésimo aniversario o por el motivo que sea, háganse esta pregunta: ya sabemos que solo siete de esos cuadros han sido firmados por mujeres, pero, ¿solo siete de esos cuadros han sido pintados por mujeres?

Autor: Álvaro Chico

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