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El domador de Caballos

Esta es la historia de un domador de caballos que no era el más rico ni el más famoso de su tiempo, pero si era el más feliz desempeñando su trabajo. Un domador del que mucha gente no había oído hablar, pero que las personas que tuvieron la suerte de comprar uno de sus caballos, no le podrían estar más agradecidos, por lo nobles, mansos, e incasables que eran los animales.

En su trabajo, este domador agrupaba a sus caballos por lo jóvenes que eran. Así aparecía un primer grupo donde se arremolinaban los potros recién llegados. Estos pequeños, rebosantes de energía caos y desorden se llevaban a una gran llanura para que trotaran a sus anchas, dentro de los límites de un gran recinto. Algunos de estos caballos desaparecían misteriosamente. Solían ser los que seguían caminos más erráticos, los que seguían sus impulsos aún cuando resultaban en respuestas incoherentes. De miles de caballos que llegaban al recinto, solo unas docenas acababan persistiendo en esta primera fase, transformándose en aire todos los demás.

Estos «supervivientes» pasaban a formar parte del segundo grupo. Caballos que ya perdían ese caos, que dejaban ser tocados y montados por el domador. Pasaban a la segunda fase: El paseo. El domador le asignaría a cada caballo un día, y estos viajarían durante todas las horas por el interminable paisaje que había tras el gran recinto. Al principio sería nuestro protagonista el que guiara al caballo, consciente de las capacidades del mismo. Poco a poco, el caballo iba tomando confianza, y descubría esos lugares por los que se sentía más cómodo. Llegado al punto en el que se sentía con total seguridad, el caballo dejaba de hacer caso al domador, y empezaba a seguir su camino. Caminos en los que se desenvolvía con fluidez y que el protagonista no se habría percatado en escoger. Aún así esta persona entendía al caballo. Disfrutaba de las decisiones de este. El domador entendía que no debía imponerse siempre, había un momento en el que el caballo era consciente de sí mismo, y actuaba en coherencia con sus capacidades y forma de ser. El domador, sólo podía disfrutar con el viaje y dejarse llevar.

El proceso se repetiría hasta que el domador sintiera que el caballo ya estaba listo para ir con su futuro propietario: Era un proceso iterativo. El domador disfrutaba y aprendía siguiendo la forma de ser del caballo, y siendo coherente con ella, a la par que el caballo terminaba de madurar.

El icónico personaje entregaría finalmente el caballo a su comprador, quedándose con los otros dos o tres que también podrían haber sido los elegidos, pero que, por tener formas de ser diferentes, no eran los adecuados para este comprador. Sin embargo, a diferencia de los caballos de la primera fase, estos no desaparecían en el olvido, sino que se desvanecían para permanecer por siempre en la memoria del domador, que entendía esas formas de ser, y le ayudarían a domar a otros caballos que tuvieran características similares.

Y es así, por todas las horas y el cariño que le dedicaba a cada uno de sus caballos, por la minuciosa selección en la que el protagonista no se imponía, sino que a partir de cierto momento se dejaba llevar y aprendía, por lo que quizás nuestro domador llegó a ser el más querido del lugar. Tanto por sus clientes, como por sus caballos.

Cuentos de las Mil y una Noches (De entrega).

Imagen de Cabecera e Imagen superior. Luis Barragán – Los Clubes.

La arquitectura no deja de ser un indómito caballo. Nosotros, como arquitectos, deberíamos aprender de este domador, y dejarnos llevar por el proyecto: Siguiendo su coherencia aprenderemos, disfrutaremos, e imaginaremos cosas que, mediante la imposición, no habríamos descubierto.

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