Como cualquier otro ente físico, la arquitectura acumula cicatrices, marcas, que narran la historia de una realidad. Rasgaduras, roturas, vandalismos, dibujos, reparaciones, cambios... Mellas que acaban por caracterizar un espacio, por transformarlo y permitir que cuente su historia de un modo diferente, aparentemente autónomo.
Sin embargo, lo curioso del "rencor" de la arquitectura es que su lenguaje, como un ente vivo que narra a través del espacio, sólo se manifiesta al ser habitado, experimentado, y por lo tanto aparece ante el usuario de un modo emocionalmente único.
El resultado es una arquitectura que poco tiene de autor, se comporta como un ser vivo, con historia, emocional, y transformado por una sociedad cambiante, convulsa y revolucionaria.