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Estratos de papel

Imagen de cabecera, dibujo de Enric Miralles.

El trabajo no comenzaba con una hoja en blanco, al menos no técnicamente. El papel croquis se situaba sobre una planta que dejaba entrever dónde quedaban las curvas cada medio metro y una pequeña arboleda marcada por los troncos de los árboles, con sus diferentes grosores y especificando las especies y alturas hasta el inferior de las copas de los árboles. Así, la hoja de papel croquis aún inmaculada, se llenaba de la información que quedaba en esa primera planta del lugar. Ese era el primer paso para vencer el miedo a enfrentarse al papel en blanco, ¿realmente había ya algo? El papel croquis seguía tan inmaculado como cuando salió de la carpeta.

Entonces un portaminas de grafito de dureza 2B y grosor del 1,4mm comienza a deslizarse suavemente por ese papel croquis, conociendo las líneas «principales» del entorno. Con timidez, con delicadeza, con miedo a equivocarse. De la misma forma que lo hace quien acaricia por primera vez un cuerpo ajeno y aún no conoce los límites de lo que se puede tocar, o dibujar, en este caso.

Poco a poco ese portaminas comienza a rasgar con más intensidad el papel, dejando trazos cada vez más gruesos e intensos. Las líneas que descubrían el entorno comenzaban a transformarse en geometrías concretas que iban dibujando lo que parecían ser aún conceptos, que no formas del proyecto. Del mismo modo que ese momento en el que las caricias tímidas se tornan en algo más intenso, cuando nuestras uñas comienzan a rasgar suavemente esa piel ajena, ya conocedores de cuáles son los lugares de mayor intensidad. Dispuestos a explotarlos, a descubrirlos, a disfrutarlos. A hacerlos nuestros.

El exceso de información en el papel comienza a ser equiparable al exceso de estímulos cuando uno se deja llevar por ese cuerpo ajeno. La pausa es necesaria o corremos el peligro de llegar a un falso clímax. Esa pausa aparece como una nueva capa de papel croquis que se coloca sobre la primera, atenuando lo conocido, dando descanso, permitiéndonos volver a empezar y a delimitar con más delicadeza y precisión esas formas concretas. Entonces ese cuerpo ajeno nos sorprende, hace algo inesperado para nosotros. Aparece la sorpresa. Nos dejamos llevar por el entorno, por la situación. Bien podría ser esa orientación de la que no nos habíamos percatado, unas vistas redescubiertas, o la textura de unos árboles que ahora quedarán encerrados dentro de una de las habitaciones del proyecto. Pero nos sorprende que ese lugar nos descubra las relaciones entre el espacio y el propio entorno. Como cuando es ese cuerpo el que ahora nos araña la espalda para acabar con un delicado mordisco en nuestro cuello. Intenso.

En este momento es importante controlar nuestros impulsos, podemos arruinar esas líneas si nos dejamos llevar en exceso por lo que nos cuenta el lugar, es preciso domarlo, volver a calmarnos. Una nueva hoja de papel croquis que se posa sobre las anteriores… Entonces comienza el ciclo en el que vamos redescubriendo el entorno, a la par que nos dejamos guiar por el mismo. Nosotros llevamos las riendas de la situación, y cada vez precisamos de menos estímulos, entre pausas. Nuevas hojas van apareciendo conforme vamos necesitando descansos en esta agotadoramente excitante experiencia.

Poco a poco los diferentes estratos de papel se agolpan en la antes inmaculada primera hoja de papel croquis, haciendo desaparecer la información contenida. Hemos construido un recorrido que nos ha llevado a darle forma a un sueño, a una idea. Puede que sean los clientes los que disfruten del resultado, pero nosotros tenemos el placer de disfrutar de este proceso que es tan íntimo como único.

Somos nosotros los que decidimos el nivel de pasión, compromiso, y placer que queremos tener con esta relación que es proyectar.

Cuentos de las mil y una noches de entrega

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