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Grados de libertad

¿Están las orquestas cada vez menos de moda? O enfocando aún más esa pregunta: ¿están los directores de orquesta en peligro de extinción, por estar cada vez menos de moda las orquestas? ¿Nos hemos vuelto locos? No, quizás intuis a dónde queremos llegar con esta pregunta tan extravagante, pero para los que no tengan la habilidad de seguirnos, aquí confesamos lo que de verdad queríamos preguntar.

¿Está en peligro el papel clásico del arquitecto como director de esa orquesta que es el proyecto?

Globalización, especialización, mayor celeridad en los cambios tornando en obsoletos con cada vez más frecuencia el panorama contemporáneo…

¿Cómo podemos ser los directores de esta orquesta si cada vez nos es más difícil mantenernos informados de los cambios que acontecen en nuestro sector? ¿Si tenemos que aprender nuevos programas para poder entregar proyectos que bien pueden entenderse en unos formatos impresos? No podemos, corremos el riesgo de anclarnos en el tiempo, en «nuestro momento». Y parece que las dinámicas económicas tienen a empeorar esta situación. Por una parte, dividir el trabajo que se desarrolla en un proyecto puede ser «bueno», significa que más personas van a poder vivir de esa actividad profesional, aunque lo harán con menos calidad que la que lo hacía el que antes se llevaba «todo el pastel».

También es cierto que eso quizás lleva a la pérdida de calidad en los proyectos. ¿Se deja de tener en cuenta las estructuras? ¿Las instalaciones? ¿La construcción? ¿Cómo se llega entonces a la consistencia y coherencia en los proyectos? ¿Se puede?

Creemos que tal vez si se que se puede, aunque podría ser más difícil que cuando uno lleva las riendas de todo el proceso creativo. ¿La clave? La comunicación. Quien nos iba a decir que eso mismo que puede salvar de una ruptura a una pareja puede hacer funcionar un estudio de arquitectura que sigue estas dinámicas.

¿Intrusismo laboral u oportunidades de crear equipos?

En este momento en el que aún no terminamos de decidirnos -¿damos el paso hacia ese arquitecto que ya no tiene tanto control y conocimiento en todas las materias del proyecto? ¿Cedemos terreno a cambio de poder dedicar más tiempo y esfuerzo a la definición de los espacios?-, no tenemos muy claro nuestro papel. Miramos con malos ojos a aquellos que vienen a trabajar con nosotros y a criticarnos, sin ser «arquitectos». A veces incluso llegan a insinuar que carecemos de los conocimientos que nos permitan desarrollar con total corrección cada una de las diferentes partes del proyecto -¿están en lo cierto? Recordemos, ¿el director de orquesta sabe tocar todos los instrumentos? ¿Los toca mejor que los músicos que quedan a su cargo?-. Quizás están en lo cierto, aunque pueda tratarse de una verdad a medias.

¿Entonces? ¿Qué hacer ante esta situación? Lo mencionamos antes: Comunicación.

Formar equipos, «hacer piña». A veces el único problema que encontramos en estas situaciones es nuestro ego. Querer aparentar ser el que más sabe sobre algo. No aceptar que otras personas puedan ayudarnos. Querer dar respuesta a todos los problemas. ¿Y si afrontáramos esta situación de manera humilde?

Quizás las cosas funcionarían de otra forma. Existiría un intercambio de conocimiento, se discutirían las opciones, y el proyecto arquitectónico se transformaría en una suma de consensos. Pero llegara a esas asunciones es muy difícil.

¿Decora-qué?

Veámoslo a través de un ejemplo. El decorador de interiores. Es un oficio que por el mero hecho de contener la palabra «decoración» ya despierta rabia en muchos arquitectos, como si de un pecado espacial se tratara. La causa de la pérdida de la pureza de los lugares. ¿Quizás están en lo cierto? ¿O quizás no? ¿Quizás no hay una respuesta, y cada uno debe formar su propia opinión fundamentada?

Seguramente si vamos a las universidades de arquitectura que existen a lo alto y ancho de nuestra geografía, encontraremos que la mayoría de estas encuentran a los decoradores de interiores no sólo como una profesión innecesaria, sino que también la encontrarán una profesión blasfema hacia la arquitectura.

¿Y si ahora pensamos desde el punto de vista del cliente? Hagámoslo de la siguiente forma, ¿en cuántos casos el trabajo de un decorador de interiores termina con un cliente contento, frente a los espacios que puede desarrollar un arquitecto? Seguramente en la mayoría de ellos. ¿Por qué? Creemos que porque quizás nos hemos desconectado de la sociedad, de nuestros clientes.

Nos hemos obsesionado en pensar en el espacio como algo elitista y complejo -y puede serlo, es evidente- pero hemos cerrado la puerta a todas esas opciones que, indudablemente, también son espacios. Queremos que nuestros clientes adoren nuestros trabajos como si de obras de arte se trataran, cuando en muchos casos -quizás la mayoría- el objetivo más importante es que resuelvan de manera funcional y económica el programa a desarrollar.

Queremos defender nuestros proyectos desde la sesuda cultura -algo indudablemente interesante-, pero nos olvidamos de que el gusto, lo subjetivo, también forma parte de la vida de las personas.

¿Y si llegáramos a un término medio? No tengamos en nuestra mesita de noche «Ornamento y delito», ni nos convirtamos en nuestro decorador navideño para realizar la definición de los espacios durante todo el año.

¿Tanto nos cuesta llegar a un término medio?

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