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En la intimidad de tu patio y mi azotea: Proyectos para la ciudad del futuro

La intervención sobre la ciudad existente y su metodología, tanto a nivel arquitectónico como urbano, es un tema, por suerte o desgracia, en constante debate y evolución –¿qué seria de nosotros sin ese debate?-. Dentro de este eterno dilema, aparecen voces dispares que hablan sobre valores perdidos, oportunidades y ofertas urbanas; otras menos audibles, son aquellas que intentan ahogar un chillido estridente entre frenazos de coche y ruidos de motor.

El peatón, el vehículo privado, el de alquiler, el ciclomotor… Todos buscando su espacio, y del primero al último queriendo ser el único en cruzar la Gran Vía. La peatonalización de vías y elevación u, oportunamente, el soterramiento, ha conseguido solucionar problemas diarios de estos habitantes, usuarios de vehículo o de su propio zapato.

La ciudad es ser estereotómico cuyos cimientos son difíciles de perforar, y la decisión de introducir una nueva vía que sortee todos los obstáculos que supone -tanto físicos como jurídicos- es un quebradero de cabeza de muchos y con consecuencias económicas inasumibles en la mayoría de los casos. Es por ello que, a pesar de que la solución pudiese ser la más asumida por el usuario general, los tramos así resueltos se reducen a nudos y puntos críticos que no se extienden más allá de la solución puntual –Si la alcanzasen-.

Además, si bien estas operaciones pueden solucionar problemas más o menos evidentes, su aplicación extensiva tiene la capacidad de sepultar el vehículo más que de soterrarlo. Eliminarlo de la vista no añade más que un raquitismo a sus recorridos, y aunque la operación contraria -la elevación de la vía- puede traer algo de luz al asunto, aporta poco cuando hablamos de ciudades consolidadas.

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Edificio Mirador, Madrid, MVRDV+Blanca Lleó. Introducir una plaza en el vacío de una comunidad ¿Es esto «crear ciudad»?

Encontrar la ciudad… en el interior de nuestros salones

Y es que, a pesar de que esta somera e intencionada enumeración de soluciones maltrechas no ofrece nada nuevo, sí nos hace echar la vista a otro lado. Y si no podemos mirar hacia la calle, sus plazas, túneles, pasadizos… será mejor observar nuestros propios edificios. Tal vez el urbanismo de la era moderna no pasa por ocultar el vehículo ni especializar sus recorridos, si no por aprovechar los verdaderos recursos que nos ofrece la ciudad al escalar hasta espacios que antes parecían secundarios, llamados incluso «de servicio», y extraer de ahí aquello que realmente necesitamos: Convertir nuestras azoteas, patios y pasillos en espacios utilizables y comunes; no usar el edificio para aislarnos de la ciudad, si no dejarla entrar para que esta sane.

Una solución obsesiva, que se ha encontrado en la mente de grandes maestros, desde Le Corbusier a Sáenz de Oíza, y evidentemente llega hasta nuestros días, como por ejemplo en los rabiosamente actuales MRVDV. La decisión de introducir dentro del edificio la actividad social, y más importante, usarla para atenuar el incesante traqueteo humano, es una idea motivadora de miles de propuestas en todo el mundo. Cuando hace unas semanas Sáenz de Oíza aparecía entre nuestras líneas, todos dirigíamos nuestra mirada hacia su obra eterna: Torres Blancas. Una operación primitivamente arbórea, y en cuya copa se desarrolla toda la actividad social que desencadenan las viviendas que conforman su tronco. Una decisión tan premeditada y comprometida como la tomada por Le Corbusier en su Unité de Habitation de Marseille, o en el mismo plan de Paris.

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Plan voisin para París (1925), un plan que partía de la tabla rasa y la jerarquización de vías, pero que pone a prueba los límites entre lo público y lo privado

Dado el estado de clímax alcanzado en el texto llegados a este punto, quizá aquí cabría dar la solución ejemplar, si la hubiera. No es así. Los ejemplos de los que hablo elevan la actividad, lejos del vehículo… y de sus habitantes. El urbanismo no ha de pisarse ni suplantarse como las sucesivas “Troyas”, ni extenderse en el territorio desmesuradamente hasta desbordar, si no convivir y transformarse. Vivimos en ciudades que se encuentran en ese proceso de transformación constante, y los –pocos– ejemplos mencionados hablan de un movimiento, un lento giro de una urbe hacia, una vez más, su interior; muy poco a poco y en pequeños pasos. Estos casos aislados -como diría aquel– hablan de un interés camuflado pero que se encuentra presente, en un empuje imparable hacia la conexión de espacios tan públicos como privados, que en esa tensión casi sexual de pasillos y patios abandonados que cruzan miradas desde distintas construcciones, quizá acaben haciendo lo que menos esperan: Ciudad.


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