Siempre he comulgado con el pensamiento de que, frente a un nuevo proyecto, el arquitecto no inventa nada; el uso de nuevos materiales, tipos de estructuras o conceptos como la sobresaliente “sostenibilidad”, no buscan generar un “invento”, tan solo una labor investigadora, no solo propiciada por arquitectos o ingenieros, también con una base científica a sus espaldas.
Sin embargo, la Arquitectura no inventa, sino que invita.
Esta invitación está dirigida al arquitecto, pero también al habitante, al usuario, e incluso al entorno; una invitación que promueve la unión de todo un contexto personal, emocional y físico para generar aquello nunca antes previsto. Los conceptos experimentados e importados no se mantienen ininmutables en la arquitectura, sino que se transforman en el proyecto hacia nuevas soluciones, nuevas formas de habitar o nuevas interacciones.
Es en este proceso cuando aparece algo nuevo, compuesto por una tradición persistente, con otro nombre, otra forma u otra presencia, pero indudablemente propio a un lugar, a un habitante concreto. El proyecto es una amalgama de aportaciones compuesto en los encuentros.
Así es como el proyecto acaba invitando a inventar, a pensar, a reformular y partir de un cero con una cimentación muy contundente.
Imagen: “Lemon Light” Joseph Beuys. Aportar