«Pátina
Del lat. patĭna ‘plato’, por el barniz de que están revestidos los platos antiguos.
En la cuarta acepción de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra “pátina” queda definida como el carácter indefinible que con el tiempo adquieren las cosas. La arquitectura y el arte, más vivazmente el segundo, están muy ligados a este término, en relación al envejecimiento de los materiales usados en la producción de la obra, que altera texturas y colores en función de factores como su exposición a la luz, humedad ambiental… El resultado es, innegablemente, una obra viva, mutable frente a un entorno.
Pero la pátina “indefinible” de la que habla la RAE no es, o al menos no exclusivamente, una cuestión física o material. El conjunto, sometido al paso del tiempo, queda expuesto a las inclemencias del tiempo que lo rodea, a su entorno más directo; pero también lo está a la transformación directa, consciente o inconsciente, conformando una pátina que ahora se entiende mucho más accidentada.
El accidente meditado
Aún así, el concepto parece no quedársenos pequeño, ¿verdad? El carácter indefinible con el que dota a la cerámica japonesa el arte del “kintsugi”, o la elección deliberada de mantener los agujeros de metralla en el Neues Museum (Berlín), son decisiones sobre la pátina del objeto, que suma y sigue, mostrando su historia como cicatrices al ojo avieso. Sin embargo, el velo sutil superpuesto a la obra original puede, según quien ostente ese atento ojo, ocultar la verdad, enmascarar la naturaleza “oficial” del objeto, edificio etc. Ante tal situación, la decisión de retirar la pátina y desvestir el elemento puede pasar por válida: Recuperar el estado inicial aportará el valor perdido en su deterioro.
La cuestión, evidentemente, no tiene una resolución fácil ¿Existe el valor añadido por la pátina? Innegablemente, pero ¿eso la hace valiosa por definición?
Hay infinidad de ejemplos y símiles, tanto hacia la restauración eficaz y directa como hacia el hecho de permitir que el deterioro se consolide y conforme la historia inherente; y desde luego esto es un manifiesto explícito para justificar el dilema moral que me supone el mes que llevo sin limpiar la habitación, y los estratos de papel croquis que ocupan mi escritorio.»